lunes, 14 de septiembre de 2009

Lecciones de la quiebra de Lehman Brothers

Hace un año que la quiebra de Lehman Brothers, provocó un pánico financiero y un colapso crediticio tan fuerte que hizo temer la caída del mundo en una gran depresión como la de 1929, con sus graves consecuencias sociales.
El sistema financiero y la economía global estuvo a punto del desastre. No ha sido así, pero el peligro no está del todo eliminado y es conveniente que el crecimiento no vuelva a ser desbocado y vayamos hacia otro más sostenible. ¿Por qué el pánico de septiembre pasado no generó otro crash de 1929?

Primero, porque desde entonces –aunque a algunos no les guste– el mundo ha aprendido que la economía de mercado es el sistema más eficaz para crear riqueza, pero precisa la acción correctora del Estado. La cobertura social (pensiones, seguro de paro, etcétera) no existían en 1929. Y son estabilizadores automáticos que aguantan el consumo e impiden que la recesión se retroalimente.

Y segundo, la respuesta a la crisis ha recaído, entre otros, en el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, un republicano pragmático que estudió la crisis del 29. Y cuando entrevió la catástrofe, Bernanke impulsó que Estados Unidos –con un nuevo presidente– adoptara las medidas adecuadas, contrarias al ultraliberalismo e inspiradas en Keynes. Bajando los tipos de interés a 0% (1% en Europa) para evitar el desplome. Luego, interviniendo y regulando más los bancos (el Estado es hoy propietario parcial de parte de la banca norteamericana). E inyectando fondos en la economía a través del déficit público, insostenible a largo plazo, pero conveniente ante la recesión. Así, el déficit de EEUU llegará este año al 12% del PIB. En Europa, la reacción, similar, ha sido más lenta. España creció, antes, más que otros países, pero con fuerte endeudamiento y con gran peso de la construcción.

Aquí, la crisis está teniendo un alto coste en empleo, exige un cambio de modelo productivo y puede que sea más larga, pese a que la OCDE haya incluido por primera vez a la economía española entre las que presentan «fuertes signos de recuperación». Un año después, el mundo parece haber evitado otra gran depresión. Y ello es fantástico para el bienestar social y la estabilidad política. Pero los pueblos que actúen con inteligencia serán los que mejor se adapten a una situación nueva en la que hay todavía interrogantes. El peligro no está del todo conjurado y es quizás incluso conveniente que el crecimiento no vuelva a ser desbocado y vayamos hacia otro más sostenible.
A esta conclusión a llegado un equipo de economistas liderados por Joseph Stiglitz, el premio Nobel estadounidense. La idea proviene directamente de Francia, donde el presidente de la República, Nicolás Sarkozy, ha animado a otros países a adoptar los nuevos parámetros para medir la salud de la economía de un pais. "Durante años las estadísticas han mostrado un crecimiento económico cada vez más fuerte", pero paradójicamente se ve también que "este crecimiento, al poner en peligro el futuro del planeta, destruye más de lo que crea", advierte Sarkozy.
No solo el PIB es un indicador de salud económica. La pregunta de fondo detrás de este debate es: ¿Cuál debe ser el norte detrás del cual pongamos nuestros esfuerzos en materia de política económica? Con la actual brújula ya hemos visto hasta donde hemos llegado. ¿Podemos hacerlo mejor a partir de ahora? Sin duda que sí. Al fin y al cabo, la civilización occidental se ha caracterizado por su capacidad de corregir errores y plantear mejoras sobre lo que existe.

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